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Remo, ética y liderazgo: Mis aprendizajes en el Jyväsjärvi Soutu

Como muchos sabrán, desde el año pasado estoy viviendo en Finlandia, estudiando una maestría en gestión deportiva. El nombre del programa es Responsible Management and Business of Sport. Los últimos diez días tuve dos grandes eventos que captaron toda mi atención. El primero fue el último examen de mis cursos, “Ética del Liderazgo”, y el segundo, el Jyväsjärvi Soutu, una regata de remo para la cual estuve organizando el reclutamiento, entrenamiento y gestión de un grupo de estudiantes para competir.

En la competencia, me tocó remar con mi equipo, timoneados por Reijo Lahtonen, el hombre orquesta de nuestro club, Vihtavuoren Pamaus. Como voluntario, además, me tocó ser timonel de dos tripulaciones, a las cuales conocería apenas diez minutos antes del inicio de la competencia. Competimos en “Botes de Iglesia”, una categoría de botes de madera de catorce remeros y un timonel. Son botes muy grandes, pero estables, lo cual permitía que muchos tripulantes pudieran aprender lo básico de la técnica justo antes de empezar.

Las últimas remadas de la competencia
Las últimas remadas de la competencia

Estas dos preocupaciones se cruzaron inevitablemente durante el evento. El primer tema que apareció fue la ética kantiana. Recuerdo mis primeros acercamientos a esta materia: tenía mucho sentido. El enfoque deontológico implica que lo importante es el deber, y hacer las cosas bien porque es lo correcto, independientemente de las consecuencias.

Ante la inminencia de tener que timonear a un grupo de remeros sin experiencia en una competencia, esta perspectiva se volvía difícil de aplicar. Sabiendo el aprendizaje que lleva llegar a remar correctamente, y la restricción de tiempo que tenía, era imposible preparar a la tripulación para tener una técnica adecuada. Desde una lectura estricta, quizás lo correcto desde la perspectiva kantiana sería decir: “Disculpen, pero no puedo prepararlos para llegar a un desempeño aceptable para mis parámetros técnicos, por lo cual me retiro de la tripulación”.

Sin embargo, si bien la ética kantiana ofrece un marco sólido para actuar con integridad y coherencia moral, en esta situación particular sus exigencias resultaban poco aplicables. El enfoque deontológico exige actuar según principios universales, sin considerar las consecuencias, lo cual puede ser útil en decisiones estructurales o institucionales. Pero en el contexto dinámico y relacional de una regata con tripulaciones inexpertas, donde el tiempo es escaso y las decisiones deben adaptarse a personas concretas, este enfoque se vuelve rígido.

La ética kantiana me habría llevado a priorizar el deber abstracto de no participar si no podía garantizar una preparación técnica adecuada, ignorando el valor de la experiencia compartida, el aprendizaje en el hacer y el bienestar emocional de los participantes. En ese sentido, no ofrecía una guía suficientemente sensible a las particularidades humanas de la situación.

La alegría de dar el máximo esfuerzo
La alegría de dar el máximo esfuerzo

Frente a estas limitaciones, encontré una alternativa más flexible en la teoría de Stuart Mill: el utilitarismo. Para esta corriente, una actitud es moralmente correcta si tiende a promover la felicidad para el mayor número de personas. Desde este punto de vista, si la tripulación pasaba un buen momento, eso hacía que las decisiones fueran buenas. Mis indicaciones serían más de motivación que de corrección técnica, impulsando a los atletas a mantener un ritmo constante. Ese enfoque en la consecuencia de las acciones es el que lleva a los atletas de élite a realizar grandes sacrificios para obtener medallas olímpicas. Sin embargo, aquí yo me debatía entre motivar mayor sacrificio para hacer un mejor tiempo o impulsar el disfrute de la tripulación en su conjunto. En el fondo, eran compañeros que venían a pasar un buen rato de deporte y camaradería.

Un enfoque en la performance podría recargar a los miembros de la tripulación menos preparados, transformando esta regata en una mala experiencia y, potencialmente, en daño físico. Un enfoque de disfrute y pasarla bien dejaría a todos sintiéndose bien, pero sin motivarlos a ver de qué eran capaces.

Una tercera teoría, la teoría aristotélica de la virtud, implica que el carácter moral y equilibrado del líder es capaz de guiar a otros hacia el bien común. Este enfoque podría servir, en cierta forma, para mi propia tripulación, con quienes venía entrenando desde hace semanas y quienes tendrían que seguir el ritmo que yo marcaría. Pero igualmente cada uno debía hacer el esfuerzo, por lo cual, al menos en el deporte y con la restricción temporal que tenía, no lo veía como una estrategia útil pensando en el objetivo de la competencia. Esta teoría sería menos útil aún para las tripulaciones que conocería por primera vez el día de la competencia.

La última teoría que había estudiado, y que más fresca tenía a la hora de enfrentarme a mis tripulaciones, era la ética del cuidado. Esta plantea un énfasis en la importancia de las relaciones, la empatía y la responsabilidad en la toma de decisiones éticas. Lo más atractivo para mí era su foco en la especificidad de las situaciones y las relaciones concretas. Las acciones correctas en mi rol ya no eran las que acercaran a la tripulación al concepto abstracto de la “técnica perfecta”, como podría hacer desde el enfoque deontológico, ni las que produjeran la mayor velocidad o disfrute, como podría hacer desde el utilitarismo. El corto tiempo no daba espacio a una inspiración desde la virtud, por lo cual la ética del cuidado me daba la mejor opción.

Enfocado en la corta ventana temporal que tenía con cada tripulación —unos diez minutos entre subir al bote y el inicio de la competencia, y alrededor de treinta minutos de carrera—, esta teoría me permitía actuar diferente con cada grupo. Una tripulación, de compañeros de trabajo de una oficina que ya había competido, recibió indicaciones motivacionales, enfocando mis consejos técnicos en los miembros con menos experiencia. No pensando en la técnica perfecta, sino en la técnica que les permitiera seguir al resto de la tripulación, para poder remar como equipo, y tomando la disputa contra la tripulación de los empleados del hospital como una oportunidad para darle sentido al esfuerzo físico que estaban realizando.

La segunda tripulación eran compañeros de un gimnasio de crossfit, con lo cual yo sabía que debía tener en cuenta que eran capaces de un mayor despliegue físico, pero también estar atento a que las individualidades no perjudicaran al trabajo del equipo. Haciendo hincapié en el conjunto y no en la fuerza individual, sabía que estaban igualmente preparados para un gran esfuerzo físico, como hacían en el crossfit, por lo cual, a diferencia de la tripulación anterior, sería adecuado plantearlo y guiarlo.

El equipo disfrutando luego de un gran esfuerzo
El equipo disfrutando luego de un gran esfuerzo

Reflexionando al escribir estas palabras, me doy cuenta de cómo utilizamos estos diferentes enfoques constantemente al tratar de tomar decisiones correctas. Un entrenador de fútbol juvenil que deja fuera del equipo a su goleador por faltar a dos entrenamientos en la semana está dando una lección kantiana de que hay que hacer las cosas bien, aunque eso le cueste al equipo. Un remero de quince años que falta a un cumpleaños porque tiene una regata está evaluando la acción en función de su consecuencia, que es el resultado deportivo. Un jugador de básquetbol que es citado al equipo por la influencia que tiene en el vestuario es elegido por un coach que piensa que el liderazgo de la virtud aristotélica puede tener el impacto que el equipo necesita. Un entrenador de atletismo que lleva a una competencia a un atleta que está teniendo bajo rendimiento porque sus padres se están divorciando está aplicando la ética del cuidado, teniendo en cuenta su situación y pensando no en el resultado deportivo inmediato, sino en su desarrollo a largo plazo.

Nunca pensé que regatas y Aristóteles podrían estar en un mismo párrafo, y que haya gente que se tome el trabajo de leerlo. Les agradezco por eso. Los aprendizajes de estas últimas semanas me hacen dar cuenta de la riqueza que tiene el deporte para ilustrar los grandes sucesos de la vida. Así como en el deporte, debemos hacer ese esfuerzo en considerar las decisiones que tomamos, los argumentos sobre los que las justificamos, las consecuencias que producen y de las cuales tenemos que hacernos cargo.

 
 
 

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